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jueves, 4 de junio de 2009

Los chinos se nos van a comer

El 20º aniversario de la protesta de estudiantes en la plaza de Tiananmen hace resurgir viejos fantasmas. Primero, y más banal, en que uno se está haciendo mayor cuando recuerda perfectamente el impacto en sus ojos adolescentes la imagen de aquel desconocido que se plantó delante de los tanques comunistas. Después salen los temas más difíciles: la falta de libertad en uno de los países más grandes y de mayor crecimiento pese a la crisis en la actualidad, los problemas de abusos económicos y de derechos humanos a la población, el reparto irregular de la "capitalismo" del gigante rojo, el hecho que Mao se haya convertido en un icono pop gracias al pesado de Warhol, la polémica por la censura en Internet con cierre de portales (Twitter, Blogger, Hotmail...) o páginas de contenido político disidente por temor a celebraciones contrarrevolucionarias.

En general, y espero que no haya sido por Tintín en "El loto azul", los chinos me han dado siempre un poco de yuyu -y esto, que quede claro, no pretende de ninguna manera ser un alegato racista-. Porque son muchos, porque no se puede entender un carajo de lo que hablan o de lo q
ue escriben, porque no reconoces lo que te dan cuando vas a un restaurante o porque no sabes si cuando te sonrien lo hacen de verdad o estan pensando en si serías comestible cual pato laqueado. Hace años que todo el mundo lo dice: ¡Los chinos nos van a comer!, pero a mi no me gustaría acabar mis días cortada en pedacitos flotando en un mar de salsa agridulce. Total, que en un país dónde a las famílias se les hacía pagar la bala con la que se ejecutaba a un condenado a muerte hasta no hace mucho, las cosas no son del todo claras.

Para acabar, no puedo evitar hacer un comentario sobre el Todo a Cien cercano a casa del que ya he hablado en otras entradas. Me sorprendió ver el BMW extragrande que conducía el dueño hace un par de años. Pero más me sorprendió verlo el otro jueves al volante de un Porche Cayenne negro nuevo e impecable. Si no se nos han comido, poco nos queda.

Lo malo de los aniversarios de momentos difíciles, es que no sólo se celebran una vez, sino que año tras año vuelven a aparecer y no evitan que cosas igual de feas se repitan.

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