Hace unos años, cuando mi dentista estaba mirándose catálogos del yate que se iba a comprar con todo lo que me tenía que hacer en la boca, entre todas las reparaciones se dio cuenta que parte del esmalte cercano a la encía de algunas de mis muelas inferiores estaba medio saltado. La solución era una cédula de descarga para usar por la noche. Resulta que de tanto apretar y chirrear los dientes, cosa que me dicen que hago desde que duermo con alguien -y no precisamente lo que podríais pensar, cacho guarretes-, me estaba destrozando la dentadura. El trasto hizo su función durante un largo periodo de tiempo. Cuando empecé a usarla, el que ronca a mi lado todas las noches me dijo que era un anticlímax total. Y lo es. Pero ahora el problema es otro.
Puedo seguir usándola. Pero si me la pongo más de una semana seguida una serie de pesadillas enturbian mi preciado descanso. Me paso la noche entera soñando en cualquier situación o lugar pero con el mismo impedimento recurrente que no me deja en paz: es como si me hubiera comido veinte caramelos de los de café con leche -o toffees, demostrando que una sabe idiomas- y todos se me hubieran quedado pegados en los dientes. Por más que lo intente es imposible quitarme toda esa masa semiblanda. Esté dónde esté en mi sueño me paso horas con las manos en la boca quitando y quitando caramelo. Pero nunca se acaba. Es agotador. Además queda muy feo estar con las manos en la boca aunque sea soñando. Para que nos vamos a engañar. No me extraña que me cueste tanto levantarme por las mañanas si me paso muchas noches tan atareada.
Y hasta aquí mi pequeño apunto de dentistología. La ciencia tiene infinitas posibilidades.
Por cierto, si alguien sabe cuál puede ser el significado de este sueño, que me lo diga. Me pica la curiosidad.
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